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Antón, 1860-1904. |
"Startsev frecuentaba muchas casas y se encontraba con mucha gente, pero no intimaba con nadie. Los habitantes de la ciudad lo irritaban con sus charlas, sus puntos de vista y aun con su aspecto. Poco a poco, la experiencia le hizo ver que el pequeño burgués, mientras uno jugaba con él a las cartas o compartía su comida, era un hombre pacífico, bien dispuesto y hasta inteligente, pero apenas uno comenzaba a hablarle sobre alguna cosa que no se podía comer, como la política o la ciencia, se metía en un callejón sin salida o empezaba a desarrollar una filosofía tan maligna y obtusa, y a uno no le quedaba más remedio que dejar de hablar y hacerse a un lado. Al intentar Startsev una plática con un burgués liberal acerca de que la Humanidad, gracias a Dios, progresaba y que, con el tiempo, se las arreglaría sin pasaportes y sin la pena de muerte, el hombre lo miró de reojo y desconfiado le preguntó: '¿De modo que entonces cualquiera podrá degollar en la calle a quien le plazca?'. Y cuando, en la sociedad, durante la cena o el té, Startsev hablaba de la necesidad de trabajar, ya que no se puede vivir sin trabajo, todos lo interpretaban como un reproche, comenzaban a enfadarse y discutir tercamente. Además, aquellos burgueses no hacían nada, absolutamente nada y no se interesaban por nada, de manera que resultaba muy difícil encontrar un asunto sobre el cual se pudiera hablar con ellos."
En
Enemigos. Iónich, Barcelona, Plaza & Janés, 1998, p. 91-93.
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