En homenaje a Gustavo Roldán, va cuento de Sobico:
Con sus patitas ya sangrantes de tanto caminar, Patito Feo se sentía en el centro de la oscuridad de esa noche, buscó refugio bajo una planta de cardo, al borde de una laguna que olía como el interior de un surubí. Había huido durante horas: tan ancha y alta había sido la discriminación recibida de los que se decían sus hermanitos.
—Buenas noches… —escuchó sobresaltado; era una voz extraña, cascada y joven a la vez.
Patito no contestó, tratando de pasar desapercibido. ¿Debía responder o hacer como que no existía?
—Buenas noches… —repitió la voz a su lado—. Sé que estás ahí, aunque no te veo, porque se escucha tu continuo lloriqueo lamentoso.
Patito se quedó patitieso. ¿Debía insistir en su mudez? Si él hablaba, ¿el dueño de esa voz podría saber dónde estaba y así comérselo de un solo bocado? ¿O hacerle algo peor aún?
La noche era negra como la pupila del ojo de un águila, y tan amenazadora como eso la sentía Patito, que nunca se había acostumbrado a tener miedo a pesar de la vida que había llevado.
—Se que sos un patito porque sollozás cuaqueantemente; yo me llamo Roldín y soy un sapito. ¿Vos cómo te llamás?
Al darse cuenta de que, a pesar de su voz grave, el que estaba ahí a su lado era un sapo chiquito como él, se animó a hablar:
—Feo —dijo.
—Pero yo te pregunté tu nombre: yo me llamo Roldín; vos, ¿como te llamás?
—Yo me llamo Feo.
—¡Pero eso no es un nombre! —insistió Roldín.
—No sé si será un nombre o no, pero a mí me llaman así desde que nací.
—Mirá… —dijo el sapito, aunque aún no se veía nada— … en cuanto amanezca y podamos vernos las caras, yo te voy a poner un nombre adecuado. Yo te pondría Roldín, que es un lindo nombre, pero ese ya lo tengo yo y es justo para mi cara. Sé que los batracios somos bastante exóticos, nunca nos despeinamos ni desplumamos, y tenemos ojos muy interesantes… porque eso me dice siempre mi mamá, además de inculcarme que nadie es feo si tiene un alma buena.
Así que se pusieron hombro con ala y esperaron a que amanezca, mientras dormitaban un poco.
El primer rayo de sol despertó y deslumbró a Roldín. Con curiosidad enseguida miró a su lado y, al ver la cara de Patito, que seguía durmiendo agotado por la caminata, lo primero que pensó fue que, visto así, dormido y un poquito babeado, el nombre de “Feo” le cabía a la perfección.
Así que deseó que tuviera un alma muuuy buena.
Decidió no mencionar lo del nombre, hasta que tuviera algo lindo que decir.
Luego lo despertó con suavidad tocándole la cabeza; Patito, sobresaltado, abrió sus ojos y protegió su cabeza con las alitas:
—¡No me peguen, soy Feo!
El sapito lo tranquilizó:
—¡Soy yo, Roldín! ¡Choque esos cinco! —mientras le tomaba la punta de una ala y se la sacudía amistosamente.
Después el sapito se desperezó y, diciendo “¡Al agua pato!”, de un salto se pegó un chapuzón en la pacífica laguna, que ese amanecer brillaba como el lomo de una piraña sujeta a una vaca que rumiaba.
Cuando Roldín salió del agua vivificado y lustroso, Feo seguía allí, temblando un poquito.
—¿Temblás de frío o de miedo?
En vez de contestarle, Patito agitó su pecho y le dijo:
—Yo soy capaz de temblar por catorce razones diferentes, y eso sin contar la posibilidad de combinarlas entre ellas.
El sapito se quedó mirándolo, hizo un silencio reflexivo y luego dijo:
—¡En eso se ve que sos bueno!
Roldi y Patito crecieron juntos y lo pasaban muy bien; vivieron mil y una peripecias, aunque de la cuatrocientos veinte y de la novecientos noventa y ocho mejor no hablar. Feo fue perdiendo esa capacidad de temblar por tantas causas diferentes, y a cambio se fue haciendo cada día más cisne.
Hasta que, un día, se despertó y ya era un cisne hecho y derecho, si es que esos patos sinuosos, agrandados, pretenciosos y engrupidos tienen algo de derecho.
Ya de grande, el ex-patito feo nunca olvidó a su amigo Roldín, y jamás discriminó a ningún batracio, a pesar que le parecían tan, pero tan feos.
En defensa de la educación y la ciencia
Hace 1 mes